jueves, 17 de septiembre de 2015

SEMANA LITÚRGICA Y EUCARÍSTICA 2015

LUGAR: PARROQUIA SAN PÍO X
Unidad Vecinal de Mirones s/n
Teléfono: 01-4254885

http://liturgiajuvenilspx.wix.com/liturgiajuvenil
https://t.co/5SuAl93Xxi 


‪#‎SemanaLitúrgica‬ y Eucarística 2015
Del 11 al 18 de Octubre. 

Expositores:
Lunes 12 de Oct.:     

Hno Nino Carbajal
La Vida Eucarística y el Matrimonio.


Martes 13 de Oct.:    
PadreLenin Vásquez Soplopuco
La Catequesis Litúrgica.

Miércoles 14 de Oct: 
Padre Edison Elias Lopez Camones
El Año Litúrgico.

Jueves 15 de Oct.:    
Pbro. Jorge López Martínez Vargas
La Liturgia de Las Horas y Los Laicos.


Viernes 16 de Oct.:   
Pbro. Roberto Higinio
El Canto y la Música Litúrgica.

Domingo 18 de Oct.: 
Misa de Clausura presidida por el
Exmo. Mons. Adriano Tomasi - Obispo Auxiliar de Lima.

Colaboración: 
Adultos S/. 10,00
Estudiantes: S/. 5,00

jueves, 19 de septiembre de 2013

SEMANA LITURGICA Y EUCARISTICA 2013 - PARROQUIA SAN PIO X


Lugar: Parroquia San Pío X - Unidad Vecinal de Mirones (alt. cdra. 25 Prolg. Av. Arica)

Con motivo del Año de la Fe, hemos organizado por segundo año consecutivo la Semana Litúrgica y Eucarística dirigida a la comunidad en general, en especial a los jóvenes, la cual se desarrollará desde el domingo 20 al domingo 27 de octubre en las instalaciones de la Parroquia San Pío X.

Los temas que se van a desarrollar son los siguientes:

Dom 20: Misa de Inaguración.
Preside: Mons. Octavio Casaverde Marín.
Vicario General de la Arquidiócesis de Lima
Hora: 07:30 p.m.


Lun. 21: Documentos Litúrgicos.
Expositor: Pbro. Luis Miguel Gamboa.
Formador del Seminario Conciliar Santo Toribio de Mogrovejo.
Hora: De 08:00 p.m. - 09:30 p.m. 


Mar. 22: La Sagrada Escritura en la Liturgia.
Expositor: Pbro. Dr. Jórge López Martínez-Vargas.
Vicerrector del Seminario Conciliar Santo Toribio de Mogrovejo.
Hora: De 08:00 p.m. - 09:30 p.m. 


Mié. 23: La Escatología y la Sagrada Liturgia. Expositor: Pbro. Dr. Carlos Rosell De Almeida.
Rector del Seminario Conciliar Santo Toribio de Mogrovejo.

Hora: De 08:00 p.m. - 09:30 p.m. 


Jue. 24: Signos y Gestos Litúrgicos. 
Expositor: Pbro. Luis Miguel Gamboa.
Formador del Seminario Conciliar Santo Toribio de Mogrovejo.
Hora: De 08:00 p.m. - 09:30 p.m.  


Vier. 25: El Canto en la Sagrada Liturgia.. 
Expositor: Pbro. Roy Cutire Cossio.
Párroco Parroquia Santa Beatriz - Maestro de Ceremonias de la Catedral de Lima..
Hora: De 08:00 p.m. - 09:30 p.m. 


Dom 27: Misa de Clausura.
Preside: Exmo. Mons. Adriano Tomassi Travaglia.
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Lima
Hora: 07:30 p.m.

Costo: Te entregamos Certificado y material
Escolares: S/. 2,00
Jóvenes: S/. 5,00
Adultos: S/. 10,00 


https://www.facebook.com/events/1405536296333528/

lunes, 1 de octubre de 2012

SEMANA LITURGICA Y EUCARÍSTICA


SEMANA LITÚRGICA Y EUCARÍSTICA
Del Domingo 14 al Sábado 20 de Octubre
Preparandonos con motivo del AÑO DE LA FE
                          Del 11 octubre del 2012 -  24 de noviembre del 2013
 
Lugar:  PARROQUIA SAN PÍO X             Unidad Vecinal de Mirones s/n - Cercado de Lima
(alt cdra 19 Av. Colonial o Cdra 25 de Prolg. Av Arica - Paradero la Curva)
TEMAS
- La Reconciliación, Sacramento de la Misericordia.
- La Fe y la Sagrada Liturgia.
- Los Ministerios Litúrgicos
- La Eucaristía, Culmen de la Vida Cristiana.
- El Canto Litúrgico.

                                                          CRONOGRAMA
Domingo 14 de octubre      MISA DE APERTURA                   Hora: 07:30 p.m.
Preside:   Mons. Octavio Casaverde
                  Vicario General de la Arquidiócesis de Lima

Lunes 15 Octubre                                  Hora:   07:45 p.m. a 09:30 p.m.
Tema:         LA RECONCILIACIÓN
Expositor:  Pbro. Roy Cutire Cossio                   Formador del Seminario Conciliar Santo Toribio de Mogrovejo.
                   Maestro de Ceremonias de la Catedral de Lima.
Martes 16 Octubre                                  Hora:   07:45 p.m. a 09:30 p.m.
Tema:         LA FE Y LA SAGRADA LITURGIA
Expositor:   Pbro. Doctor Carlos Rossell De Almeida                    Rector del Seminario Conciliar Santo Toribio de Mogrovejo.
                    http://www.youtube.com/watch?v=wT1a_IoK02c&feature=youtu.be
 
Miércoles 17 Octubre                              Hora:   07:45 p.m. a 09:30 p.m.
Tema:         LOS MINISTERIOS LITÚRGICOS
Expositor:   Rvdo. Mons. Armando Chico P.E.S.
                    Párroco de la parroquia San Pablo y Nuestra Señora del Carmen.
Jueves 18 Octubre                                  Hora:   07:45 p.m. a 09:30 p.m.
Tema:         LA EUCARISTÍA
Expositor:  Pbro. Doctor Jorge López Martínez-Vargas                    Vice rector del Seminario Conciliar Santo Toribio de Mogrovejo.
Viernes 19 Octubre                                Hora:   07:45 p.m. a 09:30 p.m.
Tema:         EL CANTO LITÚRGICO
Expositor:   Pbro. Roberto Higinio Carrasco
                    Párroco de la parroquia Nuestra Señora de Fátima - U. V. Nª 3

Sábado 20 Octubre      MISA DE CLAUSURA              Hora: 07:00 p.m.
Preside:      Exmo. Mons. Adriano Tomasi T. 
                    Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Lima
                    http://www.youtube.com/watch?v=roQaioSNxfA
 
Se entregará constancia de Participación y Material

COLABORACIÓN:   Escolares: S/.  2,00
                                   Jóvenes:    S/.  5,00
                                   Adultos:     S/.10,00

miércoles, 26 de septiembre de 2012

BOLETÍN Nº 3 - CONOCE Y DEFIENDE TU FE -¿Puedo cambiarme de religión?

Tema: ¿Puedo cambiarme de religión?

Queridos hermanos y hermanas en Nuestro Señor Jesucristo:

En este tercer boletín trataremos de un tema que quizás puede pasar como desapercibido por ser considerado como algo "normal" en nuestro tiempo: el cambiarse de religión. Sin embar-go, aprenderemos que esta idea por más común que parezca está muy equivocada.
Nuestro Señor Jesucristo quiere que seamos uno con él, y esa uni-dad solo la podremos encontrar en nuestra Iglesia.
Esforcémonos por descubrir la be-lleza de nuestra fe, la auténtica fe cristiana, aprovechemos estas oportunidades que Jesucristo pone en nuestro camino para que nos acerquemos a Él, para que lo co-nozcamos y lo amemos más. Recu-rramos siempre a su Santa Madre María Santísima. Ella nos llevará hacia su Hijo Jesucristo y nos mostrará el verdadero camino para perseverar y ser fieles hijos de la Iglesia, pues si tene-mos a Dios como "Padre", todos nosotros tenemos que tener a la Iglesia como nuestra "Madre".

Seminarista Andres Carrillo
Seminario Santo Toribio de Mogrovejo

¿Por qué no debo cambiarme de religión?

Hermanos y hermanas nos es imposible cambiar de religión porque tenemos que estar verdaderamente convencidos de que la Iglesia Católica es la única fundada por Jesucristo, sobre Pedro y los Apóstoles, la única, la verda-dera; una, santa, católica y apostólica.

En primer lugar, la re-ligión no es como la política. Hoy pertenez-co a una y mañana no me gusta y me cambio a otra. La religión no es como el cambiarse de camisa, polo, etc… La religión es algo que merece mucho respeto. Además la Iglesia Católica de la cual so-mos miembros, existe desde Jesucristo hasta ahora y es la única fundada por Jesús, como lo hemos visto en nuestro boletín número uno, donde Cristo le dijo a Pedro: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella". (cf. Mt 16, 18). El mismo Jesús nos ha dicho: "Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Jesucristo le dijo a Pedro: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", vemos que Jesús dice: "Mi Iglesia", no dice "Mis Iglesias", y ¡nuestro Señor Jesucristo no miente! Él es-tará con nosotros hasta el fin de los tiempos.
Dentro de la Iglesia Católica Dios nos comunica su Espíritu Santo, y todos sus carismas y dones espirituales. Dentro de esta Iglesia encuentro la verda-dera adoración al Dios uno y trino, único y verdadero. La Iglesia Católica me comunica sus sacramentos, que son signos sagrados por los cuales Cristo nos santifica, robustece y alimenta nuestra fe.

No debemos dejarnos llevar por nuestros hermanos protestantes que nos incitan a cambiarnos de religión, diciendo que nosotros no contamos con los requisitos salvíficos. Nosotros "debemos estar seguros de per-tenecer a la verdadera Iglesia de Cristo, para que ello sea nuestro fundamento concreto del porqué pertenecemos a la Iglesia Católica, así no pondre-mos en la balanza nuestra fe, en la única Iglesia de Cristo, donde están los medios salvíficos en su plenitud".

Es sobre todo la Iglesia Católica la que nos ofrece el Pan de Vida, en la Eucaristía, en la celebración de la Santa Misa y eso para nosotros es el mejor regalo, porque es el mismo Cristo que se nos da.

En estos últimos tiempos y en algunos lugares, por distintas razones muchos católicos se han pasado a iglesias evangélicas; pero hermanos en la fe cató-lica, ¡No se desanimen!, hay que ser perseverantes en nuestra fe católica, encaminando nuestra vida hacia Jesucristo en su verdadera Iglesia, ¡No nos desunamos más!, permanezcamos en unión de fe, "Un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre". (Ef. 4,5).

Nuestro Señor antes de su pasión rezó: "Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste para que sean uno, como nosotros somos uno." (Juan 17,21-22).

 ¿Cómo hay que portarse con los que se salieron de la única Iglesia que fundóJesú y enseñn doctrinas falsas?
Hay que respetarlos, pero sin aceptar sus enseñanzas y doctrinas, para no de-jarse contaminar por sus errores. Si uno no está preparado para defender su fe, puede caer fácilmente y eso llevará a una mala decisión de cambiarse de religión.

 ¿Es conveniente leer libros y revistas protestantes, ver sus videos o escuchar sus programas de radio?

No, no es conveniente leer ninguna revista, ni ver sus videos y escuchar sus charlas por radio. Pues ellos tratan de jalar gente para sus sectas, a tal punto de verlo como un negocio, ¡A ver quién jala más gente! ¡No consintamos que nos engañen! Debemos estar convencidos de nuestra fe católica.

¿Cómo llama la Biblia a los que se van de la Iglesia que fundó Jesús?

A los que se salen de la Iglesia que fundó Cristo y enseñan otras doctrinas, la Biblia los llama: Perturbadores, Anticristos, por lo tanto quedan en desgracia. "En realidad no hay otro evangelio, sino que hay entre ustedes algunos pertur-badores que quieren trastornar el Evangelio de Cristo. Pero aunque viniéramos nosotros o viniera del cielo algún ángel para anunciarles el Evangelio de otra manera que lo hemos anunciado, ¡Sea maldito! (Gál 1, 7-8).

Cómo nos hemos ido dando cuenta, Jesucristo desde el principio ha querido que seamos uno, es decir que permanezcamos unidos en una sola fe, por eso no es bueno cambiarse de religión.

Jesús quiere que haya UNIDAD, entre sus discípulos. Él ha rogado por nosotros para que seamos uno, el mismo Jesu-cristo ha rezado ya por todos nosotros, para que permanezcamos fieles a sus enseñanzas, que mediante la Tradición y el Magisterio de la Iglesia son transmitidas y enseñadas a todos nosotros desde sus inicios hasta cuando Él vuelva.


¿Según la Biblia, las divisiones durarán para siempre?

No. Según la Biblia, algún día terminarán las divisiones y habrá UN SOLO REBAÑO, BAJO UN SOLO PASTOR, y ese rebaño y pastor, somos nosotros con-ducidos por Jesucristo, Cabeza de la Iglesia. "Yo soy el buen pastor: conozco las mías y las mías me conocen a mí. Tengo otras ovejas, que no son de este corral. A ellas también las llamaré y oirán mi voz: habrá un solo rebaño, como hay un solo pastor". (Jn 10, 14-15).
 
¿Cuál es la diferencia fundamental entre la Iglesia Católica y el protestantismo?

La diferencia fundamental entre la Iglesia Católica y el protestantismo es la si-guiente: La Iglesia Católica reconoce como norma de fe la Biblia y la Tradición Apostólica, interpretadas auténticamente por el Magisterio de la Iglesia; mientras el protestantismo acepta como norma de fe solamente la Biblia, interpretada personalmente, cada uno a su manera.

La consecuencia más grave de las posiciones protestantes es la multiplicación de millares de sectas, puesto que cada secta quiere interpretar la biblia a su manera; queda claro que no conviene irnos de la verdadera Iglesia que fundó Nuestro Se-ñor Jesucristo, guiada por el Espíritu Santo, desde sus inicios, no nos avergonce-mos de pertenecer a esta Iglesia, ni de la devoción especial que tenemos a María Santísima, ni de los santos que se santificaron en la Iglesia donde se vive a plenitud el Evangelio de Jesucristo.






BOLETÍN Nº 2 - CONOCE Y DEFIENDE TU FE - ¿Imágenes o Ídolos?

TEMA: ¿IMÁGENES O ÍDOLOS?

 Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Este segundo boletín pretende aclarar muchas dudas acerca de los distintos ataques que nuestros hermanos separados suelen hacer contra nosotros, al decir que "adoramos" a las imágenes, porque nosotros adoramos solo a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y no a las imágenes. Dios uno y trino es nuestra única fuente de adoración: "A Él todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos."
Veremos cómo el tema de las imágenes tiene un fundamento en la Palabra de Dios: Él mismo permite tener imágenes que recuerdan su poder.
Que sepamos defender nuestra fe; para ello debemos conocer nuestra doctrina pues como se dijo en el boletín anterior: "Católico ignorante, se hace protestante". Hagamos el propósito de conocer las verdades de nuestra fe pues en la medida que las aprendamos, seremos mejores cristianos.


Seminarista Jaime Guerrero
Seminario Santo Toribio de Mogrovejo.


¿IMÁGENES O ÍDOLOS?

No es raro hoy en día encontrarse con algún evangélico que nos intente sorprender diciéndonos que "la Biblia prohíbe hacer imágenes y que nosotros los católicos somos unos idólatras". La verdad es que es algo que no debe causarnos más que una sonrisa y un propósito firme de rezar por ese hermano, pero lo que en realidad sucede es que muchas veces esto nos trae "problemas de fe" a tal punto de querer eliminar los cuadros de la Virgen María o el del Sagrado Corazón de Jesús que tenemos en nuestras casas. La pregunta que deberíamos hacernos antes de rechazar una imagen o un cuadro es:
¿de verdad yo adoro esta imagen? Sería bueno comenzar por distinguir entre imagen e ídolo. IMAGEN
Es una representación de algo o alguien. Las utilizamos para recordar a lo que está representado.
ÍDOLO
Es cualquier cosa que quite a Dios el primer lugar en nuestra vida, un "falso dios".
Claramente ahora podemos darnos cuenta de que aquello que nos dice la Biblia en Ex 20, 4-5 y que tanto utilizan nuestros hermanos separados prohíbe los ídolos y no las imágenes porque en el Antiguo Testamento el pueblo de Israel era muy infiel a Dios y prefería adorar a "otros dioses" (los ídolos): estatuas de animales (leones o toros) a los que se le atribuían poderes milagrosos o mágicos, y que lo único que hacían era alejar al pueblo del Dios verdadero. Un claro ejemplo de este caso es el que nos narra Ex 32, el episodio del becerro de oro. Ya hemos visto qué son los ídolos de los que nos habla la Biblia, pero nos seguimos preguntando ¿qué hacemos con las imágenes? Ahora responderemos con dos pasajes de la Biblia: Ex 25, 18-22 y Num 21, 8-9.

Ex 25, 18-22
El Señor manda poner dos querubines de oro en el Arca de la Alianza (el lugar más sagrado para los israelitas).

Números 21, 8-9
El Señor le manda a Moisés hacer una serpiente de bronce para que quien la mire se sane de las mordeduras de serpiente.
En el primer caso, las imágenes de querubines sirven de adorno religioso del Arca, en ningún momento se le iba a ocurrir a un israelita adorarlos como ídolos. En el segundo, vemos que la serpiente de bronce representa el poder de Dios, es un signo religioso para invocar a Dios con fe y salvarse, no es un ídolo, los que la miraban no la adoraban. Ejemplos como estos hay muchos en la Biblia para que nos demos cuenta de que las imágenes nos sirven para acercarnos más a Dios, hacen que tengamos más piedad y fervor: una imagen del nacimiento de Jesús nos recuerda el momento en que Jesús se hizo hombre por amor a nosotros, una imagen de la Virgen nos recuerda cómo ella se entregó a Dios, nos enseña a hacerlo también, lo mismo con cualquier imagen de santos. Entendiéndolo así ya no tenemos por qué temer el tener imágenes religiosas. Las imágenes forman parte de nuestra vida diaria: tenemos la foto de nuestra madre o nuestros abuelos, vemos en los colegios cuadros de Miguel Grau o José Olaya, pero no por eso los "adoramos" como dicen nuestros hermanos evangélicos. Lo que hacemos, hermanos católicos, se llama venerar las imágenes de Jesús y los santos porque nos recuerdan lo que han hecho por nosotros, su testimonio y su ejemplo.


NO PODEMOS CONFUNDIR:
VENERAR: Recordar lo que la persona ha hecho por medio de la imagen.

ADORAR:  Pensar que quien tiene el poder es la imagen en sí, que la imagen es Dios.

Un poquito de historia y actualidad…
¿Qué pasó en el siglo XVI?

En el siglo XVI sucedió la rebelión del nació el Protestantismo, cuyos seguidores decían –como ahora lo hacen nuestros hermanos separados- que debían eliminarse todas las imágenes de Jesús y de los santos. La Iglesia se manifestó a través del Concilio de Trento y dejó en claro que nosotros veneramos imágenes porque honramos y respetamos a quienes representan y no las adoramos porque no creemos que en ellas esté la divinidad. Además, tengamos en cuenta que fue mediante imágenes como se pudo evangelizar en el Nuevo Mundo y algo MÁS IMPORTANTE: DIOS QUISO HACERSE HOMBRE PARA QUE LO PODAMOS VER, ESE ES JESÚS, imagen visible de Dios invisible (Col 1, 15).

¿Cuáles son los verdaderos ídolos de hoy?
Los verdaderos ídolos hoy, contra los que deberíamos luchar tanto nosotros, católicos, como nuestros hermanos separados, son aquellos que nos alejan de Dios: el consumismo, el afán de poder, la vanidad…
No busquemos ídolos en cuadros o esculturas, sino dentro de nuestro corazón y aprendamos a tratar y amar a Jesús a través de todos esos medios tan valiosos que nos ha dejado en su Iglesia porque solo así vamos a poder defenderla y llegar a la salvación conociendo la verdad (1 Tim 2, 4). Para ello también acudamos siempre a Nuestra Madre, la Virgen María, que fue quien mejor cuidó, con silencio y amor, el Evangelio de Jesús.

 
 

BOLETÍN Nº 1 - CONOCE Y DEFIENDE TU FE - ¿Iglesia o Iglesias?


BOLETÍN Nº 1

TEMA: ¿IGLESIA O IGLESIAS?


Queridos catequistas, jóvenes de Liturgia Juvenil, señores del grupo de liturgia, jóvenes de misión juvenil, acólitos, confirmandos y todos los grupos parroquiales: Con la aprobación del Padre Guido Cerquín, presentamos este boletín los seminaristas que colaboran en la parroquia San Pio X, los seminaristas Andrés Carrillo y Jaime Guerrero, para que esta comunidad sea fuerte en la fe y en la Verdad que es Jesucristo.

Jesús, desde el principio, comenzó a fundar la Iglesia como el "Nuevo pueblo de Dios". De entre muchos discípulos que comenzaron a seguirlo, el Señor seleccionó a doce. Los llamó "Apóstoles" que significa "Enviados". Los preparó debidamente, en la teoría y en la práctica, y les dijo:
"Vayan y proclamen la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16,15)
También les aclaró: "El que a ustedes los escucha, a mí me escucha" (Lc 10, 16) A sus apóstoles no los envió desprotegidos; les entregó poderes espirituales para llevar a cabo su misión; les dio poder para "Predicar", "Sanar enfermos" y "Expulsar espíritus malos", para que no sientan temor ante esta misión Él mismo les dijo: "Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20) Para ello les garantizó que estaría en medio de ellos por medio del Espíritu Santo, que les recordaría todo lo que les había enseñado. Hechos de los Apóstoles, exhibe una preciosa "Fotografía" de la Iglesia fundada por Jesús. Se encuentra esta fotografía de la Iglesia en el cenáculo, donde se menciona en primer lugar a Pedro, luego se dan los nombres de los apóstoles; hay más de un centenar de discípulos, de manera especial, se menciona a la Madre del Señor, María Santísima, que está en la Iglesia con la misión que Jesús le dejó junto a la cruz, ser la madre de todos nosotros. Esa es la fotografía de la Iglesia queridos hermanos y hermanas, de esa fotografía no hay que sacar a ninguno de los personajes. De otra suerte no sería la Iglesia que fundó Nuestro Señor Jesucristo.

Ahora bien, Jesús eligió a Pedro para que sea para siempre la base visible de su Iglesia. En el evangelio según San Mateo 16,13-19. Pedro proclama que <<Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. >> Y Jesús felicitó a Pedro diciéndole algo muy importante: <<Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las fuerzas del infierno no la podrán vencer. >> Cristo le da una misión a Pedro de ser la "Piedra" en griego "Petra" en castellano "Piedra", en el Antiguo Testamento solo Dios te podía cambiar de nombre para confiarte una nueva misión y ahora Cristo le da una nueva misión a Pedro, el de entregarle las llaves de la Iglesia, de esa forma es Pedro <<Que hace las veces de Cristo en la tierra>>, por ello el término <<Vicario de Cristo>> en la cual la única Iglesia de Cristo se propagaría a toda la tierra. Si no hubiera esta autoridad visible, la Iglesia de Cristo caería fácilmente en un sinfín de pequeñas iglesias y eso no es la voluntad de Jesucristo Nuestro Señor porque Él en la Última Cena rezó: "Padre que todos sean uno" (cf. Jn 17,21)

Esto es lo que les ha pasado a los evangélicos, mientras nosotros los católicos somos una sola Iglesia, ellos tienen un sinfín de denominaciones. El Señor fundó una sola Iglesia y pidió con fervor por la unidad de todos los creyentes.

"Padre Santo, cuida con tu poder a los que me diste, para que estén completamente unidos cómo tú y yo" (Jn 17, 11). La Iglesia Católica se distingue de las demás comunidades cristianas porque está fundada por Jesucristo y sobre sus apóstoles. Solamente la Iglesia Católica en el pasar de los siglos ha permanecido fiel y unida en torno a sus legítimos sucesores, los obispos. Mantener esta unidad y continuidad ha sido algo único y providencial.

A los católicos nos impacta que una persona pueda fundar su propia iglesia, nunca imaginamos a San Pablo, fundando su propia iglesia con el pretexto de que se deja llevar por la Biblia y el Espíritu Santo, con el carisma de líder, que tenía San Pablo, muy bien hubiera podido arrastrar tras de sí una buena parte de la Iglesia; pero Pablo se sometió a la jerarquía que Jesús había dejado. No nos explicamos como un pastor protestante pueda imponer su propio criterio en su secta, sin depender de una jerarquía y doctrina.
Ante este panorama de millares de sectas y religiones que con agresividad acusan continuamente a la Iglesia Católica, los católicos, debemos saber por qué creemos con sinceridad que estamos en la Iglesia que fundó Jesús y que conservamos lo que los apóstoles nos enseñaron
. Nosotros nos basamos en la Biblia, en la Tradición apostólica y por supuesto en el Magisterio de la Iglesia, respetamos a nuestros hermanos protestantes, pero, no podemos renunciar a los siete sacramentos, a la jerarquía de la Iglesia, tampoco podemos avergonzarnos de darles el lugar que les corresponde a la Virgen María y a los santos en la Iglesia católica que dieron evidencia de ser "Piedras vivas" en la Iglesia, donde se vive en plenitud el Evangelio de Jesucristo.
La Iglesia Católica es la única que ha permanecido fiel a las enseñanzas de Cristo desde su fundación hasta hoy.
En la Iglesia Católica están los medios de salvación en su plenitud, ojalá que todos los católicos sintamos un legítimo y verdadero orgullo de pertenecer a la única Iglesia que fundó Jesucristo,
la Iglesia Una, y Santa, Católica Apostólica.

Pbro.Doc.Carlos Rosell de Almeida
SEMINARIO CONCILIAR SANTO TORIBIO DEMOGROVEJO

miércoles, 29 de agosto de 2012

CARTA APOSTÓLICA PORTA FIDEI

CARTA APOSTÓLICA
EN FORMA DE MOTU PROPRIO
PORTA FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XVI
CON LA QUE SE CONVOCA EL AÑO DE LA FE

1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[1]. Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado[2]. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,[3]con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis[4], realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe. Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca»[5]. Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla»[6]. Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios[7], para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.
5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar»[8], consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»[9]. Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»[10].
6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz»[11].
En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).
7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo»[12]. El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.[13]Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de la fe».
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.
8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.
9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza»[14]. Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada[15], y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón»[16].
10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.
Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”»[17].
Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor[18].
Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre»[19]. Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido[20]. La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.
11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial»[21].
Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe.
En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.
12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.
En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad[22].
13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.
Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.
Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).
Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores.
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.
También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.
14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).
15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.
«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.
Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.

BENEDICTO XVI
 

[1] Homilía en la Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.  
[2] Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9.
[3] Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118.
[4] Cf. Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4, en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag. 12.
[5] Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196. [6] Ibíd., 198. [7] Pablo VI, Solemne profesión de fe, Homilía para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del “Año de la fe” (30 junio 1968): AAS 60 (1968), 433-445. [8] Id., Audiencia General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801. [9] Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308. [10] Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52. [11] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8. [12] De utilitate credendi, 1, 2. [13] Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, I, 1. [14] Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10. [15] Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116. [16] Sermo215, 1. [17] Catecismo de la Iglesia Católica, 167. [18] Cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, cap. III: DS 3008-3009; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5. [19] Discurso en el Collège des Bernardins, París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722. [20] Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, 1. [21] Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992):AAS 86 (1994), 115 y 117. [22] Cf. Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998) 34.106: AAS 91 (1999), 31-32. 86-87.